El abuelo Francisco
Elisa
vivía pegada a aquella ventana. Invierno o verano era igual, sólo cambiaba
según el sol, el frío, la luz…en fin que salvo situaciones puntuales, el
mirador de Elisa permanecía en
funciones, así que en general podía hacer un informe diario de lo que aparentemente
sucedía en su cuadra y hasta podía sacar conclusiones que no siempre eran
verdaderas.
Un
día de invierno, vio llegar a la casa de enfrente que hacía mucho tiempo que
estaba deshabitada, un hombre joven, apuesto, de bigotes a la antigua ,con otro
hombre que, llave en mano abrió la puerta y entraron; demoraron una hora más o
menos y volvieron a salir.
¡Qué
suerte que vamos a tener un nuevo vecino, se dijo Elisa, y no está nada
mal…aunque esos bigotes…
A
la mañana siguiente, desayunaba Elisa en su mesita frente al ventanal, cuando
divisó nuevamente al del bigote que ayudaba a descargar unas cosas de una
camioneta.
A
partir del día siguiente, a las 8 en punto de la mañana, el nuevo vecino salía
bien arreglado, llevando un maletín
color castaño oscuro e indudablemente iba a trabajar.
A
partir de ese día, su figura y el maletín serían una cosa sola.
Elisa,
ya había averiguado con vecinos, amigos, cadetes, que el
hombre
era italiano, recién llegado pero no sabían más que el nombre “Francisco” que
vivía solo, y que todavía no sabían de qué se ocupaba, que a deducir por el
maletín, sería médico, o enfermero, aunque nada coincidía; también podría ser
barbero, peluquero, prestamista, vendedor …en fin que no se sabía nada de su
ocupación, pero sí de su procedencia era italiano”
Bueno
se dijo Elisa, como mi bisabuelo
En
los siguientes días, no pasó nada diferente.
Pasadas unas dos semanas, se sorprendió: el
vecino nuevo, cruzaba la calle casi en línea recta hacia su observatorio; se
puso algo nerviosa.
Frente
a frente casi, él giró luego de mirarla fijamente, le sonrió y se fue. Elisa
estaba desconcertada, quizá se había dado cuenta de que ella lo observaba, o
algún chistoso le habría contado de su lugar de “espionaje”…bueno, lo que
sea…sonará se dijo.
Lo
vio llegar de tardecita, con su eterno maletín, entró sin mirar para
enfrente y…hasta mañana.
Esa noche, Elisa soñó con él y su maletín; no se hablaban pero él le señalaba algo
en un libro y él la miraba tiernamente y se
alejaba hasta desaparecer.
Al
otro día, Elisa se dirigió a la biblioteca del escritorio pues las tapas de
aquel libro, le eran familiares. A primera vista, no lo reconocía pero si pedía
ayuda a su madre, por si estuviera más arriba, ella sí podría alcanzarlo.
Cuando
giró para buscar ayuda, el libro que era una álbum de fotos estaba sobre el
escritorio; impresionada y temblorosa, lo abrió y sólo, se quedó en la página, en donde un
hombre igual al de enfrente, sostenía en brazos a una niña.
¡Mamá….!
Gritó…ven aquí por favor!!!
La
madre acudió asustada, secándose aún las manos en su delantal..-¡Qué te pasa
hija…te sientes mal?
No,…no
es eso Madre, …dime quienes son ellos.
Tú
y tu bisabuelo…pero él hace muchos años que falleció…
Tenía
la costumbre de llevar consigo un maletín color caramelo que todos queríamos
saber qué contenía
..-.Y?
lo supieron… ¡Sí! Dijo la madre; llevaba óleos benditos, y tenía fama de hacer
milagros…¿por qué se te ocurrió todo esto..
No
lo sé, estoy rara y siento que él está acá, muy cerca de nosotros y sin darse cuenta
y ante el asombro de su madre, Elisa se levantó de su silla y caminó
hacia el ventanal.